India me cambió la vida. Continuar mi carrera como entrenador de fútbol en el país asiático fue una experiencia que me transformó tanto profesional como personalmente.
Pisé India por primera vez en el mes de mayo de 2013, con tanta ilusión como incertidumbre. De hecho, esto último se hizo notar nada más aterrizar en Delhi, cuando tuve que pedir ayuda a otros viajeros para rellenar el formulario de inmigración. Aquello fue solo el inicio de una experiencia intensa, en todos los sentidos.
Como cualquier otra experiencia vital, mis dos años y medio por el país me dejaron recuerdos de todo tipo. Pero en esta ocasión, quiero centrarme en lo positivo: las cosas que más valoré o que más me atrajeron como entrenador de fútbol mientras trabajé en India.
Si bien no todas ellas fueron una constante durante mi estancia en dicho país, se manifestaron de manera muy distinta con respecto a lo que había conocido después de entrenar en España varios años. Por eso creo que merece la pena compartirlas.
El respeto (de los jugadores) a los entrenadores
Uno de los aspectos que más me impactó fue el enorme respeto que los jugadores mostraban hacia la figura del entrenador. Y da igual si hablamos de niños pequeños, adolescentes o jugadores adultos. La actitud era la misma.
Desde la manera de aproximarse para recibir indicaciones (antes, durante o después de la sesión), hasta cómo me daban las gracias por el entrenamiento o incluso la forma en la que me hacían una consulta profesional o personal, todo denotaba el mismo grado de profundo respeto.
Echando un vistazo a fotos de mi estancia como entrenador en India e intentando recordar diferentes experiencias de mi paso por el país para escribir este artículo, me vino a la memoria una que me impactó sobremanera:
Siempre he sentido (y lo sigo haciendo) el cariño y aprecio de los niños y niñas a los que estoy entrenando en India. Pero que un chaval con 17 años, después de 6 días de entrenamiento y a uno de marcharme, me diga: “entrenador, voy a echarte de menos, he aprendido mucho contigo… perdí a mi padre hace 3 meses y ahora tú también te vas…” Joder, te descoloca… y luego piensas: tío, algo estarás haciendo bien. La sensación de que ayudas a alguien de esa forma, no hace más que empujarme a persistir y compensa todos los esfuerzos realizados.
El texto sigue escrito en mi muro de Facebook desde abril de 2014.
El valor de ser extranjero (y que eso importe)
Otro elemento que me marcó profundamente y que está muy relacionado con el punto anterior, fue el valor que los jugadores le daban al hecho de contar con un entrenador extranjero.
No se trataba simple curiosidad, ni tampoco de esa admiración gratuita que a veces genera lo que viene de fuera. Era algo más profundo. Yo venía de España y lo sabían. Eran conscientes de que había recorrido miles de kilómetros para estar allí, con ellos. Y eso generaba un respeto añadido, pero también una enorme responsabilidad por mi parte.
Tanto los más pequeños como los mayores mostraban una actitud constante por aprender. Me hacían preguntas todo el tiempo: qué debían mejorar, cómo podían entrenar para mejorar, qué tenían que hacer llegar a ser futbolistas profesionales. Existía una sed real de aprender y mejorar.
Sentían que podía aportarles algo valioso. Y a eso, los entrenadores, le damos un gran valor. Porque pocas cosas más podemos pedir que trabajar con jugadores que quieren crecer, que te escuchan y que confían en ti, no solo en el plano futbolístico, sino también en lo personal.
En este caso, ser extranjero —con todas las dificultades que conlleva adaptarse a una nueva cultura como entrenador— me ayudó enormemente a transmitir lo que quería… porque los jugadores siempre me escuchaban con atención.
El hambre por alcanzar una mejor vida
Mi primera experiencia como entrenador en India me llevó a Delhi, Bangalore y, posteriormente, a Assam, uno de los estados al noreste del país. Aterricé en el aeropuerto de Guwahati y, poco después, me subí a un taxi rumbo a Numaligarh, mi destino final.
En ese pequeño pueblo, muy cerca del Parque Nacional de Kaziranga y rodeado de jungla, la empresa para la que trabajaba tenía un acuerdo con la refinería de la localidad (NRL) una división de Oil India Limited.
Gracias a ese convenio, un grupo de chicos de la zona —con un nivel socioeconómico muy bajo— podían disfrutar de entrenamientos semanales, ropa y calzado deportivo, comida antes y después de cada sesión y la posibilidad de competir en ligas y torneos locales. Todo a coste cero.
Nunca en mi vida he visto a unos futbolistas con la ambición y el “hambre” de aquellos chavales. Llegaban antes del inicio del entrenamiento, se dejaban la piel en cada ejercicio, comían algo y regresaban a sus casas. Es posible que, llegado a este punto, pienses: “pues como cualquier chaval en España”. Pero no, no es así.
Cuando digo que regresaban a sus casas después de entrenar, no hablo que debían realizar trayectos sencillos (y seguros), como los que muchos chavales pueden hacer en su pueblo o su ciudad habitualmente. Me refiero a que muchos de ellos tenían que recorrer varios kilómetros a pie, incluso de noche, en zonas rurales, sin apenas iluminación.
Y esto no era lo más reseñable. Lo jodido era que debían atravesar zonas donde podían tropezarse tanto con una manada de elefantes como con algún gran felino.
Todavía recuerdo el día en que Chinmoy, uno de los entrenadores indios, me dijo:
Coach, perdón por llegar tarde, anoche los elefantes pasaron por donde vivo y arrasaron las casas de algunos vecinos. Hemos estado ayudándoles.
Aun con todo, los chicos venían al entrenamiento y regresaban a casa como si nada.
Reflexión final
Como dije al principio: ser entrenador en India me cambió la vida. Fue como darme de bruces con una nueva realidad que la comodidad de vivir en una sociedad occidental no había permitido descubrir.
Y solo por los tres aspectos que he mencionado: respeto por el entrenador, consideración con los profesionales extranjeros y hambre por conseguir una vida mejor, la experiencia ya merece la pena.